Vidas: Serafín Andrés

De chico tuve la suerte de vivir en el campo, en la misma casa que mi abuelo Serafín Andrés, donde por suerte no había electricidad: la radio que era tipo capilla, funcionaba con lámparas de altísimo consumo, con fuente de alimentación a batería de 6 Volts; y para que durara, sólo se prendía media hora por día para escuchar el informativo, ni siquiera un radioteatro (los jóvenes se preguntarán: ¿qué es eso?, bueno es un teleteatro pero por radio...). En las décadas del 40 y 50 también por suerte no existía la TV y por la tarde, cuando se terminaba la tarea o en los feriados (que eran sólo los días de lluvia), Serafín, para pasar el tiempo y entretener a sus nietos, contaba anécdotas o jugaba con nosotros a las barajas, (él nos enseñó a jugar todos los juegos: truco, mus, tute en todas sus versiones). Cuando digo "por suerte", es porque gracias al tipo de vida de la época, recibimos oralmente un montón de vivencias de nuestros mayores que un chico de hoy no tiene la suerte de recibir.


Serafín padre, aparentemente desde su llegada de Bobbio en la década de 1870, se instaló en Barracas al sur, en la calle Salta y se empleó en el Ferrocarril Sud, trabajando como cambista en la Estación Constitución, por lo que todos sus hijos argentinos nacieron allí y fueron anotados en la Parroquia San Juan Evangelista de La Boca, porque en esa época no existía el Registro Civil. Se criaron hasta 1900 en Barracas, fecha en que su padre decidió radicarse en Azul y probar suerte como chacarero, radicándose donde un tiempo antes se habían afincado sus familiares Roque y Andrés.

Serafín Andrés, durante su adolescencia y juventud (se fue al campo a los 17) tuvo varios trabajos. Como cuarteador de tranvías a caballos; en las cuestas pronunciadas los caballos de tiro del tranvía, cuando este estaba lleno, no podían arrastrar al mismo cuesta arriba, razón por la cual la compañía inglesa ponía a un joven con un percherón cuesta abajo, que enganchaba y ayudaba a remontar la cuesta, luego volvía abajo a esperar el siguiente. Otro trabajo fue en una fabrica de fósforos; estuvo conchabado para pegar una gomita que hacia que al sacar la caja interior se abriera la tapita, de allí fue despedido por tirarle cosas a sus compañeros con la gomita (lo pescaron infraganti). Otro trabajo, el último antes de ir al campo, fue en una fábrica de vidrio, donde estuvo aprendiendo el oficio de soplador, haciendo frascos para las farmacias; esto no le gustaba nada pues a los sopladores viejos, de tanto soplar, se le ponían los belfos enormes.

De niño con sus amigos cazaban ranas y las asaban con un palito y 2 horquetas a orillas del Riachuelo, o nadaban en el mismo, por supuesto en pelot-piiiit, ya que este pasaba por el medio del campo, lejos de la parte poblada. En esa época a la basura de la Capital la arrimaban a orillas del Riachuelo, donde se cargaba en chatas fluviales que trasladaban la misma hasta los bajos cerca de la desembocadura (hoy Isla Maciel) donde se utilizaba como relleno sanitario. Serafín y sus amigos nadaban corriente abajo hasta ese lugar, para luego remontar la corriente tomados de las chatas.

Cuenta Serafín que cuando tenía dinero, alquilaba una bicicleta y en el día recorría toda la capital. Para 1900 no habían llegado los automóviles a la Capital, por lo que todo se movía con carruajes tirados por caballos. En las orillas de la ciudad, especialmente cerca del puerto, había grandes espacios para el estacionamiento de las carretas y chatas que venían con mercaderías del interior para proveer a la ciudad o para exportar.

Toto Amescua



No hay comentarios:

Publicar un comentario