

Serafín Andrés, durante su adolescencia y juventud (se fue al campo a los 17) tuvo varios trabajos. Como cuarteador de tranvías a caballos; en las cuestas pronunciadas los caballos de tiro del tranvía, cuando este estaba lleno, no podían arrastrar al mismo cuesta arriba, razón por la cual la compañía inglesa ponía a un joven con un percherón cuesta abajo, que enganchaba y ayudaba a remontar la cuesta, luego volvía abajo a esperar el siguiente. Otro trabajo fue en una fabrica de fósforos; estuvo conchabado para pegar una gomita que hacia que al sacar la caja interior se abriera la tapita, de allí fue despedido por tirarle cosas a sus compañeros con la gomita (lo pescaron infraganti). Otro trabajo, el último antes de ir al campo, fue en una fábrica de vidrio, donde estuvo aprendiendo el oficio de soplador, haciendo frascos para las farmacias; esto no le gustaba nada pues a los sopladores viejos, de tanto soplar, se le ponían los belfos enormes.
De niño con sus amigos cazaban ranas y las asaban con un palito y 2 horquetas a orillas del Riachuelo, o nadaban en el mismo, por supuesto en pelot-piiiit, ya que este pasaba por el medio del campo, lejos de la parte poblada. En esa época a la basura de la Capital la arrimaban a orillas del Riachuelo, donde se cargaba en chatas fluviales que trasladaban la misma hasta los bajos cerca de la desembocadura (hoy Isla Maciel) donde se utilizaba como relleno sanitario. Serafín y sus amigos nadaban corriente abajo hasta ese lugar, para luego remontar la corriente tomados de las chatas.
Cuenta Serafín que cuando tenía dinero, alquilaba una bicicleta y en el día recorría toda la capital. Para 1900 no habían llegado los automóviles a la Capital, por lo que todo se movía con carruajes tirados por caballos. En las orillas de la ciudad, especialmente cerca del puerto, había grandes espacios para el estacionamiento de las carretas y chatas que venían con mercaderías del interior para proveer a la ciudad o para exportar.
Toto Amescua
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