Historias

De los viajes a Azul... (Toto Amescua)

Siendo pequeño, en la década de 1950, una vez por año viajábamos a Azul desde La Plata, a visitar a mis abuelos paternos en el coche motor del ferrocarril provincial, llamado "El Diesel" y cuando estábamos llegando a la Estación El Trigo íbamos muy atentos; primero mirando hacia donde Ricardo tenia el almacén y luego al aproximarnos a la estación, con la cabeza fuera de la ventanilla para saludar al tío José, quien venia a darnos un beso al paso, ya que el coche paraba muy poco tiempo. (Nos hicieron creer que las empresas del estado no funcionan... En la década del 50, subiendo al coche motor de origen Holandés en Gambier, La Plata, parando en mas de 30 estaciones, nos bajaba en Azul en solo 5 horas; hoy el mejor de los colectivos rápidos sin paradas, tarda de Azul a La Plata 4 horas).


Luis Pablo, de Azul... (Toto Amescua)

Luis fue conductor de maquinas a vapor ("ingeniero", como dicen los norteamericanos) y estuvo trabajando como maquinista antes de jubilarse en el ramal Azul - Tandil, (esto me lo contó él mismo, en el galponcito-taller del fondo de la casa de la calle Mitre, en Azul). Luis era muy hábil para los trabajos manuales. Siempre me pregunté: ¿qué habrá sido de la replica tallada en marmol de su locomotora, que tenia hasta grabado el número de máquina...?

Después de muchos años, Sabina Draghi, bisnieta de Luis, nos envió las fotos de la máquina, custodiada por su familia en Chascomús...
Como muestra de la calidad de los trabajos hechos por Luis, incluimos también una fotografía de un tintero regalado a su hermano José Andrés, en 1927, en ocasión de su casamiento con Hortensia.

El ramal en el que Luis era maquinista fue levantado en la década de 1950, y pasaba por las tierras de cultivo donde habían iniciado la actividad de chacareros sus familiares.

La hora del satélite... (Juanjo Vendramin)

El abuelo José perteneció a esa generación que comenzó a vivir los efectos de esta explosiva revolución tecnológica en la que estamos metidos, al final de sus vidas, cuando ya resulta difícil asimilar grandes cambios. Él se sorprendía, por ejemplo, al ver grandes máquinas haciendo movimiento de tierras y contaba cómo se trabajaba en su época: largas filas de personas con carretillas y otras tantas con palas, cargándolas. Esta imposibilidad para poder absorver tantos cambios (la mayoría nocivos, de acuerdo a los valores con los que crecieron) hizo que, por ejemplo, el abuelo no terminara de aceptar que realmente una nave tripulada había llegado a la luna (todavía hay gente que comparte esta idea!!). Pero había un artefacto producto de la tecnología que había podido incorporar a su esquema de vida: cada vez que venía de visita a City Bell, a la noche consultaba su reloj (como en sus épocas de jefe de estación) y a las horas exactas me sacaba al patio para ver pasar los satélites...


... yo alguna vez estuve en la vía... (Toto Amescua)

Son las vías por la que caminábamos de chicos cuando volvíamos de la escuela 48 vieja para no embarrarnos y que mirando hacia el este parecía que se incrustaban en la Catedral.

Son las vías por donde pasaban los trenes que mirábamos desde el patio de recreo de la escuela, con aquellas locomotoras nuevas y plateadas, no eran otra cosa que las viejas locomotoras a las que habían agregado algunas chapas y repintado, cuando le compramos los trenes a los Ingleses.

Son las vías que con Teddy, Cristina y La Negra, cruzábamos todos los días para ir a la nueva escuela 48 construida por Mercante del otro lado de la 44.

Son las vías que con Teddy y Renato Santoni cruzábamos al anochecer para robarle los melones y sandias a don Remigio (abuelo de Miguel Ángel).

Son las vías donde terminaba nuestro campo al noroeste y donde del otro lado estaban nuestros amigos.

Son las vías donde se radicaron nuestros amigos, los Santoni, cuando llegaron de Italia en la posguerra, pero del otro lado, en la quinta de Mansanta.

Son las vías que con Teddy cruzábamos para ir a jugar y también a hacer travesuras con ellos y hasta donde Fernando nos corría con el cinturón de la guerra cuando no lo dejábamos dormir su siesta.

Son las vías que cruzaba en 167 para ir al almacén del Gallego García, a buscar mercaderías dejando el petiso atado en el rincón de nuestro campo, frente a la canchita donde jugábamos al fútbol .

Son las vías que cruzábamos de la mano de Lilia todos los Martes después de comer para ir a tomar el colectivo 10 del Estado, para ver cine continuado, generalmente dibujos animados, en el Astro o Mayo.

Son las vías que cruzaba con mi petiso para buscar mercadería en el almacén de Canale en 173 y 44

Son las vías por donde pasaba el Diesel tres veces por semana y que un vez por año nos llevaba a Azul a visitar a nuestros abuelos paternos.

Son las vías donde 200 km. al sur estaba a la izquierda primero y a la derecha después, o al sur primero y al norte después, como no podía ser de otro modo, el almacén del tío Ricardo, Jota como le decian.

Son la vías donde 200 kilómetros al sur nos esperaba en su estación El Trigo el tío José, cuando viajábamos a Azul para darnos un beso al paso del diesel.

Son las vías por donde todas las noches pasaban largos trenes de carga que nos arrullaban con su ruido monótono a la hora de dormir.

Son las vías por donde a las 16 horas pasaba el tren lechero con rumbo a Loma Verde, que hacia las veces de reloj, para que montara el petiso y fuera a apartar las vacas para el tambo del día siguiente.

Son la vías por donde a la mañana temprano, mientras Santiago y Serafín ordeñaban, pasaba de regreso con su carga de leche de los tambos de Brandsen y Cañuelas para abastecer la gran Cuidad.

Son las vías donde el Diesel mato a Nerón, el gran perro ovejero color oro de Tata, por tener la costumbre de correr ladrando todo lo que se movia.

Son las vías frente a las que proyecte y dirigí la primera casa recién matriculado de Maestro Mayor de Obras, construida por Santiago y Omar, aunque figurara como constructor el hoy Arquitecto y Doctor en Urbanismo, mi amigo Juan Carlos Tisera Tilbe, radicado en Madrid desde 1980, ubicada en el campo donde años antes habíamos vivido.

Son las vías y la casa donde viven mis amigos Renato e Ivano Santoni y donde 2 veces por año voy a comer asados.

Son las vías donde mis amigos, para el fin del año 2001 armaron la locomotora de papel, quizás añorando los trenes que ya no pasan y la quemaron con gran fogata y mucho ruido, como manifestando bronca por lo que se fue.


Son las vías que ya no están, pues pequeños depredadores hambrientos las arrancaron para venderlas como chatarra para saciar su hambre.

Son las vías que se quedaron sin trenes, pues grandes depredadores nacionales le vendieron o regalaron su material rodante, por orden de quien sabe que depredador o interés internacional.